Esta semana ya he empezado a notar por fin que el sol sale cada día un poco más pronto. La luz me ha ido pillando paulatinamente más cerca de casa, y he podido ir apagando el frontal un poco antes según han ido pasando los días. Además, las nubes han impedido que el suelo se helara algunas noches, por lo que he podido correr por caminos blandos y ligeramente embarrados.
Mis rutinas han hecho que haya estado corriendo al alba más veces en los últimos meses que en todos los años que llevo trotando por el mundo. Es lo bueno de las rutinas, que una vez consigues que se te metan debajo de la piel ya no te hacen plantearte si no sería mejor quedarse en la cama un rato más, disfrutando del calor de las mantas.
La rutina es como el entrenamiento de la mente. Una vez has repetido un gesto suficientes veces pasa a ser algo natural. A veces eso hace que se pierda la magia de lo inesperado, pero en otras ocasiones se agradece que nuestro cuerpo encuentre razones inmediatas para hacer algo, aunque la razón no las entienda.
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