Las necesidades de la logística familiar han hecho que esta semana haya tenido que correr alguna vez a mediodía. Así que a veces he pasado de usar el frontal para abrirme camino en la oscuridad, en medio de un paisaje helado, a poder trotar en manga corta bajo un sol brillante.
Una vez más, la realidad nos deja la evidencia de que no corremos dos veces por el mismo camino. Por un lado, la hora del día, la época del año, las condiciones atmosféricas o incluso el sentido de nuestro recorrido cambian totalmente el paisaje que nos rodea. Y por otra parte, nuestro cuerpo tampoco es el mismo.
El mío, por ejemplo, lleva cada vez peor eso de salir a trotar a la hora de comer. Como ya tengo claro que rindo mejor a primera hora de la mañana, cuando me toca correr en otro momento me lo tomo con mucha filosofía. Lo mismo que mi compañera canina, que también se resiente en cuanto hace un poco de calor. Cosas de la edad.
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