Como ya había anticipado, en esta nueva etapa de mi vida las carreras
van a convertirse en algo exótico. Llegará un momento en que se me agotarán
pronto las fuerzas y las piernas no me respondan. Pero como todavía guardo un
poco de forma, me puedo permitir alguna que otra salida dominguera.
En este caso, el día me pilló por Santander. Y, por casualidades de la
vida, con una cocina vacía para empezar el día. Así que me puse a correr en
ayunas, con la precaución del que sabe que el cuerpo no va a aguantar hasta el
final.
Hacía mucho que no corría al alba, pero el cielo despejado y el sol a
punto de salir daban suficiente luz como para lanzarme cuesta arriba, buscando
los bosques de eucaliptos que trepan hasta el pico Lamaría. Una subida larga,
con la que entrar en calor y disfrutar del amanecer con vistas que llegan al
mar.
Desde el alto, una bajada más larga que la subida, por pistas
asfaltadas, me lleva hasta Rubalcaba y el paseo a orillas del Miera. Al final
del todo, el sendero que conducía entre callejas hasta la pista de arriba
aparece perdido entre matas crecidas y restos de todo tipo. Parece que los
paisanos del lugar usan el camino como vertedero particular, por lo que no
queda más opción que tirar por en medio de los prados.
Ya en la pista, el camino salva el segundo alto del día, rodeando uno
de los macizos kársticos propios de la zona. La subida es corta, pero muy
abrupta. Y después de bordear una enorme dolina, la carreterilla desciende
hacía La Cavada.
Sólo queda regresar por los Llanos, que, haciendo honor a su nombre, me
permiten terminar con más dignidad de la esperada una carrera hecha un poco
contra reloj, esperando en cada curva que el cuerpo notara la falta de
gasolina.
En resumen:
- Una carrera con la que aprovechar los restos de forma que todavía conservo.
- Lo bueno del norte para correr: casi todo, pero sobre todo el verde de los prados y bosques. Lo malo: cuando desaparece el camino, la densa vegetación impide encontrar muchas veces una salida alternativa.
- De la flora, me fije sobre todo en los brezos que crecen en las zonas altas. De la fauna, aparte de un azor, sólo me acompañaron las inevitables vacas (y algunos caballos).
24,80 Km (15,41 millas)
730 m
2h 45 min (9,02 Km/h)
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