Siempre que digo una cosa, termino haciendo otra. Yo tropiezo con la
misma piedra tantas veces como haga falta. Así que para continuar con la
costumbre, y después de haber decidido pasar las noches al calor de la lumbre,
el viernes me puse unas cuantas capas de ropa y salí durante el entrenamiento
de mi hija a correr por el monte.
Estos días de cielos despejados engañan a cualquiera. A mediodía vas en
camisa disfrutando del calorcillo, pero en cuanto se pone el sol el frío se te
mete en los huesos. Aunque en mi caso el problema no fueron los huesos, sino
los pulmones.
Desde el principio noté que tenía problemas para respirar bien. Pero
cuando me fui metiendo en las vaguadas y en el canal, el frío hizo que me
doliera el pecho por dentro. El termómetro marcaba dos grados bajo cero, y el
vaho de mi respiración a veces me impedía ver por dónde iba el camino.
Bueno, el vaho y la falta de luz. Porque además de que no había luna,
empecé a tener problemas con las pilas del frontal (no sé si por el frío o
porque tenían ya poco carga). Y encima, la temperatura me estaba llenando los
ojos de lágrimas. Así que llegue a la presa despacito y dando trompicones.
La subida fue más tranquila. La contaminación luminosa de Molino de la
Hoz me permitió apagar el frontal, para reservar un poco las pilas (y con la
velocidad a la que iba tampoco es que corriera ningún riesgo de caerme).
Al final, casi llegando a la Torre de los Lodones me crucé con una
piara de jabalíes correteando por el camino. Por cierto, tan sólo salieron dos
o tres perdices en la curva querenciosa, puede que el resto no haya pasado el
corte estos domingos de caza.
13,78 km (8,56 millas)
402 m
1h 35 min (8,70 Km/h)
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