Este jueves, cuando he salido de casa, he oído al primer autillo de la
temporada. Y me ha alegrado la noche, la verdad. Es quizás el sonido que más
asocio con la llegada del buen tiempo.
Lo cierto es que hacía una noche magnífica para correr. Como el cielo
se ha nublado con la puesta del Sol, la temperatura no ha bajado. Y a pesar de
que han caído cuatro gotas, no había charcos ni nada. Quizás por eso, esta
noche también me he cruzado por primera vez con otros corredores
noctambulo-campestres.
Ahora es normal ver gente corriendo por las calles de noche. Buscando
la luz de las farolas y el cemento para darse una vueltecita. Pero nunca antes
me había topado con otros tirando por el monte.
Lo que tampoco había visto eran tantos sapos como los que se han
cruzado hoy en mi camino. En otoño y primavera es fácil ver por la noche muchos sapillos
corredores (que suelen hacer honor a su nombre), pero esta vez los que se
quedaban haciendo la estatua era sapos comunes. Enormes. Y muchos.
12,28 km (7,63 millas)
236 m
1h 17 min (9,57 Km/h)
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