A poco que no haga frío, cuando estas noches de marzo salgo a correr o a pasear con mi perra, me recibe un coro de opereta entregado a la honorable tarea de llamar la atención del sexo opuesto.
Y el caso es que le ponen empeño, porque se les oye sin problemas desde
la puerta de casa. Cuando las praderas en las que se encharca el arroyo están a
400 metros a vuelo de pájaro. Lo malo es que no sé qué tipo de ranillas o sapos
producen tan sonoro alboroto.
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