No fue al alba, pero casi. El caso es que me desperté pronto y pude salir a correr a eso de las ocho de la mañana. Con el frescor de la noche todavía agarrado a los prados. Y el sol ya amanecido anunciando un día glorioso.
La cuesta hasta el alto del LIerganes me permite siempre ir cogiendo el ritmo a paso tranquilo. Una vez arriba comienza la larga bajada hasta el pueblo. Que podría ser un recorrido agradable si no fuera porque hay que ir todo el rato por asfalto.
Es lo malo de Santander. Aquí el campo está demasiado civilizado. Y para ir de un lado a otro es casi imposible encontrar senderos a la antigua. Ahora todas las pistas y caminos que llevan a los prados están cubiertos por el alquitrán. Algo que es comprensible para el que trabaja los campos y vive de sus vacas. Pero una pena para los que queremos perdernos por el lado más silvestre de las tierras que pisamos. Así que no queda otra que levantar la mirada y disfrutar del paisaje, mientras las piernas se cansan de pisar siempre igual.
19,44 km (12,08 millas)
534 m
2h 05 min (9,33 Km/h)
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