Primera salida nocturna de la temporada. Y primera metedura de pata tecnológica del otoño. El frontal que llevaba unos cuantos meses olvidado en un rincón tenía las pilas medio muertas. Así que, como a los cinco minutos de salir me dejaron tirado en medio de la oscuridad, no me quedó más remedio que arrimarme a las farolas.
Por eso salió el recorrido más raro que he hecho nunca. Por primera vez (o casi) estuve todo el rato corriendo por aceras. Algo que siempre he evitado. Por un lado, porque el paisaje desde las calles y carreteras no tiene nada que ver con el que se puede disfrutar por senderos perdidos en medio del monte. Por otra parte, porque correr sobre una superficie dura y uniforme me cansa mucho más (en todos los sentidos).
De noche, parece que lo primero no tiene demasiada importancia (por aquello de que todos los gatos son pardos). Pero lo cierto es que lo que no se puede ver, se percibe. Y la sensación de estar rodeado de jaras en la soledad más absoluta es muy distinta de ver pasar los coches cada dos por tres.
Lo de la superficie cementada me importó menos, ya que el recorrido fue cortito. Y, sobre todo, porque la novedad de la experiencia hacía que eso de correr por las calles me pareciera algo exótico. De todas formas, ya he puesto las pilas a recargar
12,31 km (7,65 millas)
233 m
1h 08 min (10,86 Km/h)
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