La primera tormenta del verano me ha pillado corriendo por la sierra de Hoyo. Y lo cierto es que se ha agradecido la lluvia, aunque hayan sido cuatro gotas, para refrescar un poco el ambiente. Ha sido un cambio sudar bajo el cielo nublado en vez de hacerlo bajo el sol que nos lleva achicharrando desde hace unas semanas.
Con este calor, en las últimas carreras que he hecho se ha repetido el mismo esquema. Salgo con ganas y el cuerpo ligero, pero según va pasando el tiempo me voy quedando sin fuerzas. Y a la vuelta parezco un conejito de Duracel. O un zombie de la vieja escuela. De esos que andan a pasitos con las piernas estiradas.
Cuando se han puesto a llover, las pocas gotas que caían no llegaban a empapar la tierra. Pero se notaba el frescor en el ambiente. Al menos por arriba, porque desde el suelo subían corrientes de aire cálido que lo han secado todo a los pocos minutos.
Por lo menos esta vez podía disfrutar del espectáculo: nubarrones grises de tormenta, rayos en lo más alto de la sierra, ráfagas de viento fuerte de vez en cuando... Y al final, el último sol antes del anochecer colándose por debajo del campo de nubes, iluminando todo con esa luz naranja que convierte el campo en algo mágico.
18,43 km (11,45 millas)
522 m
2h 17 min (8,07 Km/h)
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