Una vez más se ha repetido el mismo esquema de las últimas semanas. De salida, noto que el cuerpo no está ni ligero, ni con ganas de brincar alegremente por el monte. Pero a los pocos minutos, parece que me entono y corro con normalidad. No voy cortando el aire precisamente, aunque el ritmo es suficientemente digno. Dignidad que iré perdiendo hasta ofrecer a la vuelta un espectáculo realmente lamentable.
El caso es que me noto bien durante la primera hora. Hasta llego a pensar que ya voy recuperando la forma. Pero entonces vienen el muro, la losa, la pájara y el tío del mazo preguntando que a dónde me creo que voy.
Pues a este paso, a ninguna parte. Porque ya no sé si es por el tiempo que he estado sin hacer nada, por mis males varios o por el calor que hace, pero el caso es que no había corrido tan mal desde hace tiempo. Tanto, por el tiempo, que ya ni me acuerdo. Y tanto, por lo de mal, que realmente no se puede llamar correr a lo que hago.
Por lo demás, el campo está casi tan pocho como yo. Estas tres semanas que llevamos con olas de calor directo desde el Sahara lo han dejado todo hecho un desierto. Normal. Pero lo peor no son las altas temperaturas durante el día. Lo malo de verdad es que por la noche el termómetro no baja de los veintitantos grados. Y cuando además sopla el viento del sur, la sensación es de ahogo.
Por eso las plantas y animales que me encuentro al paso están tan ajados y pachuchos como yo. Los arroyos hace tiempo que ya no tienen ni gota de agua. Y los senderos están llenos de zonas de arena suelta, por las que no es demasiado fácil ni agradable correr. Lo único bueno es que en algún momento llegarán tiempos mejores. O eso espero.
17,06 km (10,60 millas)
400 m
2h 10 min (7,87 Km/h)
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