Una salida al atardecer por la costa de Ribamontán al Mar, siguiendo los acantilados entre Loredo y Galizano. Desde la playa grande, en la que están las escuelas de surf, hasta la de la Canal, que se abre en la desembocadura del río Herrera.
Por el camino me he cruzado con muchos paseantes disfrutando del sol vespertino después de una mañana de tormentas cargadas de agua. Las playas estaban más vacías debido a las grandes olas que rompían en las rocas con la marea alta.
Entre los que seguían el camino de la costa había algunos corredores. Uno de ellos con los auriculares puestos. Algo que nunca he llegado a comprender en general, en este caso me ha parecido la mayor tontería del mundo. Cuando los sonidos que llenan el ambiente son los de las olas rompiendo entre las rocas y las gaviotas maullando en el cielo, escuchar música enlatada es una opción realmente estúpida.
El sendero sigue el borde de los acantilados (a veces demasiado cerca del filo), y ofrece unas vistas magníficas de una parte de la costa de Cantabria que está poco poblada. De hecho, la playa más famosa quizás sea la de Langre, que se abre en medio de los campos, al pie de farallones cortados a pico.
Cuando he llegado a Galizano he dado la vuelta. Por un lado no me quedaba mucho tiempo para seguir alejándome, y por otra parte la ría de Galizano corta el camino en la costa. Para recuperarlo hay que ir un buen trecho hacia el interior. Así que lo mejor era volver un poco antes.
Con el tiempo ganado he podido disfrutar del mayor placer que ofrece el correr cerca de las playas: un baño final en el mar. Una ducha siempre se agradece cuando acabas de correr. Tirarse a una piscina es un lujo. Pero realmente no hay nada que pueda compararse con relajar el cuerpo entre las olas.
1h 39 min
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