El otoño se inició oficialmente el 21 de septiembre. Pero las estaciones llegan de verdad a cada región cuando les da la gana. Y aprendemos a diferenciarlas desde pequeños de forma personal y privada. Para mí, por ejemplo, el otoño empieza realmente una mañana como la de ayer. Con el campo empapado por las últimas lluvias, el sol brillando en un cielo manchado de nubes y los árboles vestidos de amarillo.
Todas las estaciones tienen su encanto. El verano, por ejemplo, nos trae las vacaciones. Y el invierno el fuego de una chimenea (con castañas asadas). Pero para correr yo prefiero de lejos el otoño y la primavera. Un poco por las temperaturas amables, que no nos deshidratan en cinco minutos ni nos convierten los pulmones en carámbanos.
Pero, sobre todo, por lo que nos rodea. El campo en todo su esplendor. Ya sea preparándose para dormir durante unos meses o perfeccionando cada año la magia del renacimiento. Con la tierra cargada de humedad, las plantas vivas y los animales activos.
Y encima de nuestras cabezas, el cielo. No el de color blanco, con calimas estivales o nieblas del invierno. No. En otoño y primavera podemos disfrutar de cielos cargados de color y dramatismo. Nubarrones de tormenta iluminados por un sol de costado. Cirros pintados en las alturas más altas, esas en las que ya parece que no hay casi ni cielo. O días azul oscuro como las gencianas.
En días como estos, corremos con el ánimo más ligero. Puede que no vayamos más rápido que en otras ocasiones, pero terminamos mucho más contentos. Porque hasta el cansancio que arrastramos en los últimos metros queda siempre en un segundo plano si el paisaje nos llena los sentidos.
1h 40 min
No hay comentarios :
Publicar un comentario