Aprovechando un rato tonto, he bajado desde Torrelodones hasta las Matas, pasando por la presa del Gasco, siguiendo el canal de Guadarrama y volviendo ya a oscuras hasta el polideportivo. Un recorrido que suelo hacer mientras espero a que salgan mis hijos de sus entrenamientos y cuento con tiempo suficiente.
Entre que la hora era ya tardía y la temperatura perfecta para correr, el caso es que he podido recuperar ese ritmo de trote incansable que el cielo a veces nos regala. Un ritmo que, aunque no sea rápido, nos invita a seguir corriendo como si no hubiera un mañana.
De hecho, he terminado sin cansancio (aunque seguro que llegará luego) y subiendo las últimas cuestas del recorrido con un paso alegre. Creo que me está viniendo muy bien el ejercicio de controlar el ritmo de zancada: más cortas y rápidas de lo que yo solía hacer.
Por lo demás, el camino es un viejo conocido, así que no ha habido sorpresas. Tan sólo unos cuantos jabalíes solitarios que he ido espantando a lo largo del recorrido. El último estaba hozando en un parterre casi en el mismo centro de Torrelodones (un ejemplar de este año que, como no espabile, va a ser carne de cañón en cuanto se abra la veda).
2h 20 min
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