Dos horas justas corriendo por la sierra de Hoyo. Con la niebla pisándome los talones según iba ascendiendo. Hasta que al final me he encontrado en una pequeña isla rodeado por un mar de nubes. Un verdadero placer, sobre todo sabiendo que el resto de la humanidad se encontraba a mis pies sin poder disfrutar del sol mañanero.
Lo malo es que en la bajada me he unido a esa masa de madrileños que hoy hemos visto los cielos grises, por debajo de las nubes. Por eso, los raros momentos en los que un pequeño rayo de sol nos calentaba la cara se han agradecido de verdad. Y es que con la humedad siempre parece que hace más frío.
Por lo demás, por el camino no me he encontrado con muchos animales. Tan sólo un conejillo asustadizo. Y un buitre solitario, que me ha estado observando desde una talaya rocosa mientras subía por una trocha bastante vertical. Como estaba posado en una cornisa soleada, y el día no estaba para buscar térmicas, ni se ha molestado en echar a volar.
En cuanto al mundo vegetal, en esta época no hay muchas flores. Lo único que se atisba de vez en cuando son quitameriendas o plantas que no se han enterado todavía del cambio de hora (alguna clavelina despistada me he encontrado hace poco). Lo que sí que destacaban hoy entre el verde y las sombras eran los alcornoques con sus troncos rojos recién pelados. Y del tercer reino, una macrolepiota que hacía honor a su nombre con un sombrero de más de un palmo.
Al final he recortado un poco para no tardar demasiado. Que tenía el tiempo justo para preparar un plato de puchero, de esos que en días como el de hoy llenan tanto la barriga como el espíritu.
2h 00 min
No hay comentarios :
Publicar un comentario