Todos sabemos correr, pero no siempre somos conscientes de cómo lo hacemos. Por eso, cuando vemos un dibujo o una escultura de un corredor a veces no nos damos cuenta de que la figura no siempre encaja con la realidad.
Es una de esas cosas que pasan siempre desapercibidas. Para el que las mira y para el que las ejecuta. Aunque puede que el artista en ocasiones lo haga a posta. Porque lo cierto es que cuando corremos el cuerpo se retuerce sobre si mismo. Una pierna se adelanta y el brazo contrario contraresta el moviento con un giro igual.
Ese movimiento natural puede que no vaya bien con la composición. Sobre todo si se quiere mostrar la figura de frente. Así que, bien por despiste o porque le viene bien, el pintor o escultor produce en ocasiones un resultado engañoso: una persona corriendo como no lo haría nunca nadie.
Y así resulta que el arte se nos ha ido llenando de errores al trote: desde las ánforas griegas, hasta la portada del New Yorker, pasando por carteles y cómics. Incluso los Juegos Olímpicos de Amsterdam se anunciaron con un atleta que seguro que no ganó si corría así.
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