domingo, 27 de diciembre de 2015

Telégrafo

La última salida larga del año la he podido hacer una vez más al alba. Aprovechando ese momento mágico en el que los perfiles del paisaje se empiezan a dibujar poco a poco. Y en el que la luz saca sus mejores colores del día para pintar cada cosa, haciendo que hasta una sencilla piedra brille como nunca.

En verano a veces se hace duro levantarse temprano para poder vivir en directo estos momentos del alba, los que van desde las primeras luces hasta que sale el sol. Pero lo bueno del invierno es que hasta los más perezosos podemos ser testigos del despertar del campo.

Además de por el color y la luz, el amanecer nos deja su propia sinfonía campestre: las campanas de los pueblos, los perros ladrando en la lejanía, el canto de los gallos o los primeros trinos de todo tipo de pajarillos. Y todo ello con el sonido de nuestras pisadas sobre el suelo helado, como azúcar crujiente.

Si hubiera que pagar para poder disfrutar de estos momentos, la gente haría cola. Pero quizás al ser algo gratuito y cotidiano, no le damos el valor que realmente tiene. Una lástima, porque empezar el día corriendo al alba y regresar a casa luego para desayunar como los campeones es la mejor forma de empezar el día. Te deja una sonrisa grabada en el alma hasta que te acuestas.

En este caso, el desayuno lo he tomado antes de salir. El recorrido iba a ser largo y necesitaba llevar suficiente combustible. Así que, además del habitual té con leche y miel, me he echado al cuerpo un par de tostadas con tomate natural (mi elección habitual en este tipo de casos). Para el camino he cogido además unas barritas dulces y un poco de bizcocho.

Nada más ponerme a correr me he notado con ganas Puede que fuera por la belleza del momento o por las bondades del desayuno. O sencillamente porque los dioses lo han querido así y Mercurio me ha acogido bajo su manto. El caso es que he podido ir relativamente rápido durante casi todo el rato.

Pero los excesos que realizamos alegremente en momentos de gracia suelen pasarnos factura más tarde. En mi caso ha sido en los últimos kilómetros, en los que me he quedado sin gasolina. Así que he llegado un poco renqueante, pero contento. Es lo bueno que tiene correr al alba: aunque el cuerpo termine cansado nos queda una sonrisa dibujada en la cara durante el resto del día.

4h 44 min

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