En la vida hay muchas cosas sobrevaloradas: la ópera, el gin tónic, el jazz, el Quijote, el caviar, el fútbol, el arte moderno, todo Apple, 2001 una odisea espacial, el champán, las ostras... Y en esto de correr también hay algunas cosas que parecen mejores de lo que realmente son, como correr por la playa (el paisaje puede ser bonito, pero es una tortura para las piernas).
Puede que sea como en el cuento de la zorra y las uvas, sobre todo después de llevar trotando flojito estos días, pero para mí lo más sobrevalorado entre los corredores aficionados es la velocidad. No porque sea malo ir rápido, sino porque no me parece un objetivo digno del esfuerzo que conlleva.
Las diferencias de tiempo que podemos ganar son ridículas (segundos o minutos). Y eso, después de mucho esfuerzo y sólo durante un puñado de años. Por eso creo que merece mucho más la pena, educar al cuerpo no para que vaya un pelín más rápido, sino para que pueda aguantar más tiempo corriendo.
Ser capaz de trotar sin cansancio durante horas (aunque no sea cortando el viento) nos abre nuevos horizontes en nuestras salidas: llegar hasta lo alto de aquella montaña lejana, recorrer un valle que no conocíamos todavía o perdernos sin miedo por senderos desconocidos. Entiendo que los corredores profesionales tengan otras metas, pero yo prefiero entrenarme para prolongar lo que me gusta. Y la velocidad se la dejo a los que viven de ella.
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