Cuando empezó octubre parecía que el otoño había llegado como mandan los cánones: lluvia, viento y bajada de la temperatura. Pero no. Al cabo de una semana dejó de llover, salió el sol y volvió el buen tiempo. A primeros de noviembre parecía que venía ya el invierno: más lluvia, más viento y mucho frío. Pero tampoco. Porque pasados unos días volvimos a disfrutar de este tiempo, que no hace honor a la estación.
Así que he podido correr durante esta semana en plan tranquilo bajo un cielo despejado y con temperaturas más que agradables. Trotando por senderos muy trillados y tratando de buscar alguna pequeña novedad en mis recorridos (con poco éxito).
Lo malo que tiene este tiempo sereno y apacible es que no ayuda a vencer la monotonía de mis salidas. Cuando corres siempre por los mismos caminos, rodeado por el mismo paisaje y bajo el mismo cielo despejado te sientes un poco como en el día de la marmota. Por eso, a veces echo de menos las borrascas invernales cargadas de lluvia y de nieve. Muchos corredores somos en el fondo un poco masoquistas.
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