Ayer salí de casa con la sonrisa puesta... Y aunque no brillaba precisamente el sol, tenía ganas de saltar. Pero a los quinces minutos de trote ya arrastraba los pies malamente, y cada cuesta se me hacía más dura que la de enero. Así que lo que iba a ser una salida de horas se quedó en medio recorrido. El cuerpo no daba para más.
Porque eso de que al correr por el monte todo está en nuestra cabeza es relativo. Como diría un gallego, la cosa depende. Es cierto que cuando estamos en forma, el resultado de una salida radica tanto en nuestras piernas como en la capacidad de ser positivos. Pero cuando el cuerpo anda perro, ni el Dalai Lama es capaz de sacar provecho.
De forma que, en el momento en que pasé del trote cochinero a arrastrar los pies, decidí terminar la farsa cuanto antes. Mi idea al salir de casa era subir hasta lo alto de la sierra de Hoyo; luego ya me valía con dar la vuelta al pueblo; y al final acabé cortando por lo sano y cerrando el círculo antes de lo previsto.
No me gusta tener que recortar los recorridos cuando salgo a correr. Pero sé que cuando el cuerpo se niega a seguir, ya sea por falta de forma o porque se acaba la gasolina, lo mejor es reconocerlo cuanto antes y parar. Que mañana podremos seguir trotando.
1h 23 min
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