Cuando nos enfrentamos con la tarea de medir las distancias que
corremos, lo primero que tenemos que hacer es olvidarnos de la realidad. Sólo
si corremos en pista podemos estar casi seguros de lo que recorremos. Y eso
únicamente si seguimos la calle uno y nos fijamos bien en las marcas de salida
para cada distancia.
Pero cuando vamos por carreteras, caminos, parques o, sobre todo, campo
a través, a lo máximo que podemos llegar es a tener una referencia aproximada.
Nada más.
El problema es que con la comercialización masiva de aparatitos o
teléfonos con tecnología GPS, parece que corriéramos con una cinta métrica en
el bolsillo. Pero no. Todos esos aparatos tienen un porcentaje de error a la
hora de establecer las distancias de un trayecto.
Los hay mejores y peores a la hora de acercarse a la distancia real (y
por los test que he visto por ahí, no tienen nada que ver con el precio del
aparato). Pero el margen habitual de error está entre el 0,3 y el 5%. En
positivo y en negativo.
Y los mapas de papel o las páginas web que miden distancias sobre mapas
o fotos aéreas tampoco son la panacea. Sin embargo, creo que, si dejamos de
lado la realidad total y absoluta, el servicio que nos dan tanto los
cacharrillos GPS, los mapas o las webs es más que suficiente.
Por un lado, no somos atletas profesionales. Para la mayor parte de
nosotros los segundos no existen (o no deberían existir). Por lo tanto las
distancias no tienen el mismo significado que para alguien que vive de eso.
Y por otro lado, creo que lo importante es medirnos a nosotros mismos.
Si usamos siempre el mismo sistema, estaremos teniendo siempre el mismo margen
de error. Por lo que los datos tendrán tanto valor como si supiéramos la
distancia real y absoluta.
Ah, y en lo de que respecta a las diferencias de altitud, vale todo lo
dicho anteriormente multiplicado por cuatro (eso cuando no confundimos metros
con pies).