Otro día en el que febrero se ha disfrazado de marzo. Con frío, viento fuerte y nubes de tormenta en las montañas. Aunque la sierra de Hoyo las ha mantenido a raya casi todo el tiempo. En estas condiciones se imponía un recorrido suave, buscando zonas protegidas para evitar las rachas fuertes.
Nada más salir de casa he visto un grupo de buitres que trataba de hacerle frente al viento. Se mantenían en el sitio, a poca altura del suelo, como si fueran cernícalos. Hoy no era el día para buscar térmicas. Ni para volar contra la tormenta, así que al poco han cambiado de dirección y se han largado hacia el sur.
Corriendo por las zonas más bajas y siguiendo los vallejos he conseguido no exponerme demasiado. Sobre todo porque todavía notaba el cansancio del otro día, y cada vez tardo más en coger un buen ritmo. Por eso me lo he tomado con mucha calma hasta las cascadas. Y desde allí ya he podido pisar un poco el acelerador (sólo lo justo).
La vuelta al pueblo por el camino de las Viñas me ha permitido correr a sotavento de los Picazos, disfrutando del solecillo de cara. Esta segunda parte del recorrido la he disfrutado mucho más. Sobre todo porque he dejado atrás el cansancio y he podido correr con más ganas.
El final, en la zona de los decorados, ha sido el único punto en el que el viento del norte me daba directamente de cara. Y he comprendido a los buitres: no había forma de avanzar. Según los budistas una caña de bambú es más fuerte que un árbol porque sabe doblarse y no lucha contra el viento. Pero yo soy más del tipo adoquín berroqueño. Y los buitres no son tan cabezotas como yo.
22,66 km (14,08 millas)
549 m
2h 27 min (9,25 Km/h)
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