Todavía hay lugares en los que se puede correr por el campo sin tropezarse con vallas, puertas ni avisos de que llegamos a una zona prohibida. Son verdaderos paraísos para la fauna y para los que nos gusta disfrutar de la naturaleza. Pero lo normal es que en cualquier salida siempre tengamos presente los límites que nos imponen las propiedades privadas.
Y el caso es que entiendo la defensa del territorio por parte de sus propietarios. Al fin y al cabo, a nadie le gustaría ver de repente a un desconocido paseando (en el mejor de los casos) por el salón de su casa. Pero cuando estamos en medio del monte, con la cabeza volando en libertad, estos carteles nos hacen perder el paso al devolvernos a la realidad de forma brusca. Es lo que hay. Un recordatorio de que no hemos venido a este mundo sólo a divertirnos.
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