Si el otro día mencionaba que este otoño está siendo más templado de lo que mandan los cánones de nuestro recuerdo de la estación, este fin de semana se está llevando la palma. Con el Sol pegando fuerte a mediodía, como si estuviéramos otra vez en primavera. Así que me he animado a salir cuando más calor hacía para reponer las baterías.
A pesar de que me notaba cansado, me pesaban las piernas y no terminaba de coger el ritmo ni en la zancada, ni en la respiración, he optado por hacer un recorrido empinado y largo. Puede que el cuerpo no acompañara, pero la cabeza es tozuda cuando se le mete algo dentro.
Con paso cansino he subido hasta la sierra de Hoyo, mientras un montón de buitres disfrutaban en el cielo de las térmicas (y supongo que esperando que al gordito ese que corría cuesta arriba le diera un infarto). Con el sol calentándome la espalda he sudado la gota gorda hasta llegar a la cima. Animado sólo al saber que desde allí me esperaba un largo descenso.
En la bajada por la Silla del Diablo se podía disfrutar de las vistas de Cuerda Larga, a la derecha, y de la llanura madrileña, a la izquierda. Al final del sendero que desciende desde el mirador he tenido que hacer un poco el cabra, porque las excavadoras han abierto una zanja enorme al borde del camino de Villalba. Parece que van a meter una nueva canalización de agua potable (creo).
Desde el arroyo Peregrinos las piernas ya casi no respondían. Así que la última subida de vuelta a casa la he hecho a un ritmo tan lento que casi se me ha hecho de noche. Es en momentos como esos cuando el hacer fotos al paisaje nos ofrece una excusa como otra cualquiera para recuperar un poco el resuello.
2h 41 min
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