Cuando corremos por el monte, hay días en los que el cuerpo nos pide que vayamos despacito. Pero otros es el escenario que nos rodea el que nos obliga a pararnos cada dos por tres. Porque hasta los paisajes más anodinos y vulgares tienen su momento de gloria al año. Y parece que ya ha llegado.
Es lo que tienen el sol y la lluvia. Que cuando se juntan en la debida proporción producen un verdadero milagro en el campo que nos rodea. Transformando terrenos rocosos y baldíos en jardines llenos de color. Sobre todo en estos días en los que comienza el segundo acto de la primavera.
Todavía lucen los cantuesos sus banderas al viento. Pero ya hay muchas plantas que han perdido esas primeras flores de la temporada. A los pies de las jaras se ven esparcidos pétalos amarillentos y arrugados. Y los altramuces tienen ya sus vainas cargadas de semillas. Es la hora de esta segunda ola de flores primaverales: digitales, siemprevivas, aulagas, salsifíes, viboreras, madreselvas, gordolobos, rosas silvestres, botones azules, cañarejas, bocas de dragón...
Así que el campo se ha convertido en un maravilloso despliegue de colores, formas. y olores. Con nuevas plantas se une cada día al espectáculo. Pero ayer, bajando hacia la presa del Gasco, lo que más llamaba la atención eran unas flores que llevan semanas con nosotros: un montículo totalmente cubierto por amapolas reflejando en sus pétalos el último sol de la tarde.
1h 46 min
No hay comentarios :
Publicar un comentario