No hay un sistema internacional consensuado para analizar la dureza de
una carrera o recorrido. Aunque, para empezar a comprender de qué estamos
hablando, se suelen usar dos datos básicos: la longitud y el desnivel acumulado
(subida y bajada).
Con esto ya nos vale para hacernos una idea: cinco kilómetros o
setenta, 100 metros de desnivel o 6.500.
Pero creo que, además, hay que tener en cuenta otros factores, como la altitud,
el tipo de terreno por el que se corre, las características técnicas de las
bajadas y las condiciones meteorológicas.
Altitud: hay carreras en las
que la altitud puede ser un factor determinante. Sin llegar a pensar en las
carreras que se hacen en el Tibet, es famosa la ultramaratón de Leadville por
correrse por encima de los 3.000 metros. A esa altura el cuerpo nota el
esfuerzo mucho más que si estuviéramos correteando por Guadarrama o la región
de los Lagos.
Tipo de terreno: no es lo
mismo correr por pistas forestales, por senderos entre bosques o por canchales
y roquedales. A igual distancia, el esfuerzo que se hace es totalmente distinto.
Hace poco comentaba que, corriendo campo a través, influye hasta la altura de
la hierba. En invierno se va rápido, pero ahora con los prados altos, el
esfuerzo es similar a correr por la nieve.
Bajadas: en los recorridos
por montaña, la subida suele ser siempre muy parecida: cansada, lenta y
fatigosa. Pero las bajadas pueden cambiar totalmente el ritmo de una carrera.
Las hay muy empinadas y entre piedras, con velocidades casi parecidas a las de
subida. Y las hay con desniveles más suaves y constantes, que permiten volar un
poco.
Meteorología: un mismo
recorrido puede cambiar totalmente de un día para otro. Es algo tan obvio que a
veces no se tiene en cuenta. Otras sí. En la Bob Graham Round, por ejemplo,
mantienen un tipo de récord especial para los que la hacen en pleno invierno.
En plan casero, todos sabemos que no corremos igual con ventisca, con lluvia,
con el calor de agosto... O con esas condiciones tan personales que hacen que
un día sea perfecto para correr.
Lo malo es que todos estos factores no se pueden meter en una ecuación y que nos salga un índice perfecto y objetivo. Por eso, si queremos saber de verdad lo difícil que es un recorrido, la
única forma de conseguirlo es poniéndonos las zapatillas y sufrirlo en vivo y en directo.
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