Esta primavera, las lluvias han convertido muchos de los caminos por
los que corro en verdaderos ríos de barro. Y el problema no es mancharse, que
con eso ya contamos. Lo malo de verdad es resbalar, patinar y deslizarse. Como
con el hielo, pero en marrón.
Y es malo por dos motivos: por lo que conlleva en cuanto a la pérdida
de energía y, mucho peor, por la posibilidad de torcerse un tobillo o jorobarse
una rodilla.
Lo peor son los caminos y pistas de tierra lisa. La superficie se
convierte a veces en una esponja traicionera. En un momento dado vamos
corriendo sin problemas y sin charcos aparentes, y al siguiente estamos
resbalando o hundiéndonos en una especie de papilla saturada de agua.
Quizás el mejor consejo sea evitar de antemano esos caminos mientras
duren las lluvias (o el deshielo). Pero si ya estamos en medio de uno de ellos,
hay varias cosas que ayudan:
- Evitar las zonas de tierra o arena lisas y mojadas. Es mejor correr por el borde del sendero, donde las plantas y piedras ayudan a la tracción. Otra opción es correr por el campo al lado del camino.
- Anticipar siempre el resbalón, sobre todo bajando. Hay que correr con pasos más cortos y con las rodillas más flexionadas, preparando el cuerpo para lo imprevisto.
- Aceptar desde el primer momento que hay que bajar la velocidad y que el recorrido nos va a cansar más de lo normal.
- A veces pisar un charco no es la peor de las opciones, pero hay que tener cuidado porque suelen tener el fondo más cenagoso. Si queremos limpiar las zapatillas mientras corremos, es mejor hacerlo al cruzar regatos pequeños.
- Disfrutar como los niños. Volver tras una carrera por el monte con las piernas cubiertas de barro, hacen la ducha y el descanso posterior más placenteros.
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