Una de las cosas que más ha cambiado desde que comencé a correr tiradas de media y larga distancia ha sido mi relación con el agua y la comida. No es que me haya convertido en un asceta. De hecho sigo engullendo de lo lindo, sobre todo dulces. Pero mientras estoy corriendo, la necesidad de rellenar el depósito es cada día menor.
Hace años notaba un bajón cuando llevaba más de una hora corriendo. Y tiraba de agua (o mejor, de algún tipo de bebida energética) y de barritas. Pero, poco a poco, la distancia y el tiempo se han ido alargando sin que el cuerpo me pida la pausa que refresca.
El caso es que ahora lo normal es que no tome nunca nada de comer para carreras de hasta tres horas. Y en cuanto a la bebida, aunque depende siempre del calor de la estación, lo cierto es que ha bajado también radicalmente la necesidad de rellenar el cuerpo.
Ya no recuerdo la última vez que me puse la mochila para llevar botellas. Y el cinturón con botellín incorporado lo he sustituido por uno de fabricación casera en el que tan sólo cuelgo el móvil y las llaves del coche. Oscar Wilde decía eso de que "moderation is a fatal thing. Nothing succeeds like excess." Sin embargo parece que yo me he convertido en un apóstol de la moderación y la frugalidad.
Y lo más curioso es que no es algo que haya forzado o buscado a propósito. De hecho creo que siempre es bueno beber y estar alimentando a lo largo de cualquier carrera. Sobre todo porque la pájara, el muro y el tío del mazo nos esperan a la vuelta de la esquina como nos descuidemos.
Pero también pienso que lo mejor es hacer lo que nos pide el cuerpo. Y el mío me pide cada día menos. Aunque estoy lejos de los hábitos de un Krupicka (que achaca su poca alimentación a un "metabolismo lento") o de un Kilian (que corre durante horas comiendo sólo unas cuantas moras que encuentra en el camino), debe ser que el cuerpo se va acostumbrando poco a poco a tirar de reservas. Y yo de esas tengo de sobra.
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