Una verdad de las del barquero, como bien sabía el sabio de Éfeso. Y en
uno de esos cambios que da la vida, mis carreras montaraces van a quedar
probablemente en el olvido. O, al menos, muy reducidas. Tanto en número como en
duración.
Han sido unos años en los que he podido disfrutar del campo en soledad,
con todo el tiempo del mundo a mi disposición (o casi). Pero ahora tendré que
volver a trotar a ratos perdidos, por caminos nuevos y mirando el reloj. Aunque
quizás me pueda resarcir los fines de semana, haciendo alguna salida más larga.
Y, por supuesto, al alba.