viernes, 16 de noviembre de 2012

Copper Canyon Ultra Marathon - ¿Otra vez esos tipos? (1ª parte)


Hoy le toca a Scott Jurek. En su libro Eat and Run, el corredor norteamericano hace un repaso de su vida y de la importancia que ha tenido para él la comida. Con la ayuda de un periodista, Jurek cuenta los momentos más destacados de su carrera, las pruebas que fue ganando o perdiendo, la paulatina adopción de una dieta vegetariana y su transformación en uno de los mejores corredores de todos los tiempos. El capítulo 15 está dedicado a la carrera de las barrancas del Cobre. Esta es la primera parte:


¿Otra vez esos tipos?
COPPER CANYON ULTRAMARATHON, 2006
Cuando corres sobre la tierra y corres con la tierra, puedes correr para siempre.
—PROVERBIO RARAMURI

El e-mail apareció en la pantalla a mediados de 2005. Era de alguien llamado Caballo Blanco. Más tarde descubriría que Caballo se llamaba Micah True y que había sido boxeador, había hecho portes de forma esporádica y era también una especie de gurú del running. Pero cuando me escribió, lo único que sabía era que había estado siguiendo mi carrera y que tenía una propuesta.

Vivía en una cabaña indígena de abobe en el fondo de un profundo y escondido cañón de México. En los alrededores habitaba un grupo de indígenas llamados raramuri (la gente que corre), más conocidos como tarahumara. Él decía que eran los mejores corredores del mundo. Quería que participara en una épica carrera de 50 millas en los cañones: uno de los mejores corredores mundiales (yo) contra los mejores corredores del mundo, por un premio de 500 kilos de maíz y 750 dólares. 

Recordaba esa tribu. Los tarahumara eran esos tipos de mediana edad vestidos con togas que fumaban cigarrillos antes de los Angeles Crest 100 y que no sabían correr cuesta abajo. ¿Los mejores corredores del mundo?

 Me gusta viajar y explorar diferentes culturas, y los tipos de las togas habían despertado mi curiosidad desde entonces. Pero el viaje habría alterado mi calendario. Estaba entrenando para el maratón de Austin, y correr 50 millas justo después no tenía sentido. No hablaba español y no tenía ni idea de cómo llegar hasta allí. Además, tampoco es que fuera un gran desafío. Ya había ganado a los indios antes.

Caballo me escribió diciendo que los tarahumara que él conocía no tenían nada que ver con los que yo había derrotado en los Angeles Crest 100. Decía también que percibía en mí una pureza de espíritu similar a la de los indios corredores. Decía que los tarahumara estaban luchando para sobrevivir en condiciones difíciles y que la visita de un corredor estadounidense podría ayudarles.

Le contesté diciéndole que me encantaría ayudar a los Tarahumara con sus problemas, pero que no podía hacer nada. Eso fue un error.

Pocos días más tarde, recibí otro e-mail de Caballo.

¿Problema? ¡Los Tarahumara no tienen ningún problema! ¡No necesitan tu ayuda!

Pensé, “guau, este tipo está realmente fuera de onda”, y olvidé todo el asunto. Pero continué recibiendo e-mails suyos, contando cosas sobre el misticismo de los indios corredores y sus perdidas Barrancas del Cobre y sobre las cosas que sólo ellos sabían y el resto del mundo ignoraba.

Si se me presentaba la oportunidad de ir allí, lo haría. Y entonces el universo se confabuló para darme esa oportunidad.

Recibí una invitación de un escritor llamado Chris McDougall. Me decía que estaba trabajando en un libro sobre los indios corredores, y que hablaba español sin problemas. Él también me aseguraba que los tarahumara me iban a proporcionar una buena carrera.

Acepté, pero no porque necesitara otra buena carrera. Ya había tenido muchas. Había corrido la White River 50M, la Miwok 100K, la Way Too Cool 50K, la devastadora Wasatch Front 100, y, en la costa Este, la Mountain Masochist 50M y la Vermont 100. Había estado en el equipo ganador de la Hasegawa Cup en Japón y en la Hong Kong Trailwalker, donde habíamos logrado un nuevo record. Tenía mis prácticas de fisioterapia, mi propio negocio de entrenamientos, estaba corriendo más de 50 horas a la semana (y casi no alcanzaba) y acababa de empezar un campamento para corredores unas semanas antes de la Western States, en el que trataba de compartir mis conocimientos técnicos y de motivación.

En mi campamento servía saludables comidas vegetarianas. Estaba ganándome la vida con algo que adoraba. Estaba enseñando a los demás. ¿Le había dado el correr más a alguien? Mi problema era que quería más. Mi gran problema era que no sabía exactamente qué es lo que me faltaba. Le dije a McDougall que nos encontraríamos en El Paso.

Éramos nueve: McDougall y su entrenador, Eric Orton. Caballo. Yo. Un par de alocados novatos ultrarunners de Virginia, Jenn Shelton y Billy Barnet. Un hombre llamado Ted McDonald, que respondía al apodo de Barefoot Ted porque había empezado a correr sin zapatillas. Mi amigo fotógrafo Luis Escobar y su padre.

Caballo nos contó que la carrera empezaría en el pueblo de Urique. Para llegar allí tendríamos que correr durante 35 millas por una serie de abruptos cañones, a través de territorio controlado por las bandas armadas al servicio de los cultivadores de marihuana, por un invisible sendero que nadie más que el tipo que vivía en la cabaña de adobe conocía. Caballo nos dijo que un grupo de Tarahumara podría unirse a nosotros.

Anduvimos durante tres horas sin ver a ningún raramuri. Caballo, nuestro guía, nos dijo que había oído que un misterioso virus había afectado a un pequeño poblado y que quizás se había extendido. Nos pidió que tuviéramos paciencia. Pero también nos dijo que debíamos afrontar la posibilidad de hacer el resto del camino sin compañía. Atravesamos ríos y subimos picos en medio de cactus, siguiendo senderos para burros tan difuminados que, sin Caballo, no habríamos podido encontrar el camino. 

A las nueve de la mañana llegamos hasta un grupo de pequeñas casas de adobe y madera apiñadas al borde del río. Estábamos en el fondo de la Barranca del Cobre, 1.500 metros por debajo del borde. El sol estaba todavía alto y sudábamos mucho. Caballo propuso que esperáramos, que quizás los tarahumara se unirían a nosotros. Nos previno de que eran increíblemente tímidos, que no debíamos ser demasiado ruidosos ni efusivos. Que no tratáramos de darles la mano. Su saludo consistía nada más que en un ligero toque con las yemas de los dedos. Nos dijo también que quedaría bien que les diéramos regalos. Sugirió coca colas y fantas.

Estaba alucinado. No había viajado por todo el país para ofrecer a un grupo de atletas indígenas botellas de plástico rellenas de líquido dulzón. Ya puestos, ¿por qué no llevarles algunas mantas infestadas de viruela? Pero Caballo insistió.

Nos juntamos a la sombre de la pequeña tienda, buscando un poco de fresco mientras el sol calentaba el fondo del cañón, sujetando las frías botellas de cola. Caballo sugirió que siguiéramos, que tal vez nuestros anfitriones se nos unirían por el camino. Ninguno los vio salir del bosque a la vuelta del sendero. Un minuto antes, estaba vacío, y el siguiente, cinco hombres con faldas y blusas de colores se acercaban por el camino. Habían surgido de la nada como un grupo de ciervos.

Nos tocamos los dedos y, sin decir palabra, empezamos a subir los 1.500 metros hasta lo más alto del cañón, desde el que tendríamos que descender de nuevo. Un rato más tarde, nadie pudo decir exactamente cuándo, seis tarahumara más se habían unido a nosotros. Habían aparecido como el humo entre los árboles.

Uno de ellos me miraba con especial interés. Y yo también le miraba a él. Parecía más fuerte que los otros, y había algo en sus ojos que podía reconocer –orgullo, confianza, puede que algo de cautela. Yo también sentía lo mismo. Tenía el pelo de color negro, un mentón de película de polis y músculos como cuerdas de escalar. Era Arnulfo, el gran campeón tarahumara, el más veloz de “la gente que corre”. McDougall me había hablado de él. Y Caballo le había contado a él que yo también era un gran campeón.

Subimos en grupos de gringos e indios, con Caballo a la cabeza. Pasamos entre cactus y arbustos, al lado de árboles aislados y por zonas áridas en las que sólo crecían pitas. Durante las breves paradas, mientras que nosotros bebíamos un poco de agua, los tarahumara se desplomaban por el suelo, casi como si les hubieran cortado los tendones de las piernas. Al principio me extrañó, pero luego me di cuenta de que estaban descansando, de que esa era la forma más eficiente de conservar la energía. Me fijé en sus pies mientras subíamos y vi que los tarahumara no realizaban movimientos innecesarios. Empezaba  a aprender uno de los secretos de esta antigua tribu. El secreto de la eficiencia.

No llevaban botellas de agua, pero parecían conocer todos los manantiales escondidos en el campo. Cuando estaban cerca de uno, iban rápidamente a beber unos sorbos de agua antes de volver al camino. Cuando les ofrecimos nuestras Coca colas de regalo, las aceptaron sin decir palabra, las engulleron rápidamente y arrojaron las botellas vacías a un lado del camino. No es que no les importara el medio ambiente, es que no comprendían la noción de que algo no fuera biodegradable.

El final de nuestro camino por el cañón terminó en una carretera a unos ocho kilómetros del pueblo. Allí estaba el sheriff con su camioneta. Nosotros nos quedamos parados y mirando, sin querer romper la magia del día subiéndonos a un coche. Los tarahumara montaron inmediatamente. Era lo más eficiente. Los cinco días siguientes aprendimos a conocer a los tarahumara.

Cuando tomábamos nuestros geles y barritas energéticas se reían entre ellos. Luego sacaban de los pliegues de sus capas el pinole, maíz tostado molido y mezclado con agua. Es su Gatorade de maíz. Como comida llevaban tortillas con frijoles. Todo lo que comían era integral y sencillo. Fue durante ese viaje cuando empecé a apreciar la energía que contiene un solo aguacate. Cuando nos sentábamos a comer aprendí también a sentarme al final de la mesa, donde se servía el guacamole. No le aconsejaría a nadie interponerse entre un tarahumara y un tazón de guacamole. Yo no perdía de vista a Arnulfo. Y él me vigilaba.

Había venido hasta aquí porque me fascinaban los tarahumara y tenía unos días libres. Para mí el viaje era una especie de vacaciones de aprendizaje. Pero me estaba empezando a hacer a la idea de que la carrera no iba a ser un paseo sencillo y sólo para divertirnos, especialmente para los tarahumara. Tendría que darlo todo. No hacerlo habría sido una falta de respeto.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Copper Canyon Ultra Marathon - Hecho realidad

En el libro Born to Run, el periodista Christopher McDougall nos cuenta cómo se preparó la primera carrera internacional por las barrancas del Cobre, en México, organizada por Caballo Blanco. En la prueba se enfrentaron un puñado de corredores estadounidenses y los indios tarahumara. Los dos grandes protagonistas fueron Arnulfo Quimare, el mejor de los corredores locales, y Scott Jurek, el gran campeón de ultramaratón.

En su web, Caballo Blanco ya escribió un resumen de la carrera. Y ahora, en su reciente libro Eat and Run, Scott Jurek hace también un repaso del encuentro con los indios tarahumara en uno de los capítulos. Voy a dejar una traducción de la reseña de Caballo y del capítulo de Scott Jurek, para poder apreciar la carrera desde otros puntos de vista. Hoy vamos con Caballo:



Hecho realidad (Caballo Blanco)
Un nuevo y hermoso día en el profundo cañón de la Sierra Madre. Los dos equipos de excelentes corredores llegaron el miércoles, caminando juntos durante casi 30 millas, desde los 1.800 metros de profundidad del cañón de Batopilas, subiendo primero y bajando luego los 1.900 metros del cañón de Urique para llegar hasta la línea de inicio en la pequeña localidad de Urique.

Había ya en Urique tres equipos para participar en la quinta edición de la Copper Canyon Ultra Marathon. Un equipo de cuatro corredores tarahumaras llegó desde Piedras Verdes, uno de los pueblecitos que está en las montañas por encima de Urique. Otro equipo estaba formado por ocho raramuri de la zona Batopilas. Y por último, ocho excelentes corredores de montaña de varias regiones de Estados Unidos, a los que conocíamos como "el equipo animales" (*), incluido el presidende del Club Mas Loco (*), Caballo Blanco.

Todos se han ganado la entrada en el exclusivo Club Mas Loco, por andar desde Batopilas hasta Urique en un día. Durante las trece horas que duró la caminata, los corredores, de ambas culturas, aprendieron a conocerse. Fue un bonito intercambio cultural entre gente amante de las carreras.

A lo largo de los cinco días del programa de competición, todos los corredores y gente de la localidad, espectadores, gallos y perros incluidos, pudieron disfrutar de la belleza, verdad y paz en un intercambio cultural entre corredores y animales. Veinte corredores salieron en la carrera el domingo 5 de marzo de 2006. Todos fueron unos campeones.

Los primeros diez ganaron un premio de 1.500 dólares y más de 5.000 kilos de maíz y frijoles para sus comunidades. Hubo cuatro corredores estadounidense entre los diez primeros que donaron sus premios al resto de tarahumara participantes, en el mejor estilo Korima (**), el principal sponsor de la carrera.

El Venado Fuerte - Scott Jurek hizo una carrera muy inteligente, ya que los tarahumara salieron a un ritmo muy rápido marcado por el gran corredor raramuri Arnulfo Quimare. El fuerte ritmo se cobró su peaje, y Scott pudo pasar a todos los raramuri excepto Arnuldo, que mantuvo su increíble paso y ganó la carrera por seis minutos. Hace un siglo, los tarahumara cazaban ciervos persiguiéndolos hasta que estos caían agotados. Este año, ¡fue el ciervo el que hizo la persecución! Al acabar la carrera, el Venado se inclinó ante Arnulfo en señal de respeto. El respeto es mutuo.

Jenn Shelton - la brujita, ganadora de las 100 millas de Old Dominion, corrió a un ritmo alegre, poderoso y bonito, ganando la carrera femenina y terminando sexta en la clasificación general. Fue una pequeña gran competidora. Urique quiere a La Brujita agradable. (*)

Barefoot Ted - el Mono vino desde California para correr descalzo. Nos enseñó que así es como deberíamos correr todos. ¡Bien hecho Barefoot Ted!

Christopher - el Oso corrió su primera Ultra Marathon y terminó de noche en una increíble demostración de coraje, ¡puro huevos rancheros! (*)

Luis - el Coyote voló cuesta abajo como si estuviera esquiando entre las piedras y captó algunos de los momentos más bellos con su artística mirada.

Eric - Gavilon nieve, se movía de forma tranquila, segura y confiada. Un verdadero raramuri. ¡Gracias Eric!
Billy - Lobo Joven, el preferido de las jovencitas locales, corrió también como un verdadero gringo raramuri.

Y el Viejo Caballo Blanco contribuyó de nuevo, disfrutando de los tramos del camino que se han arreglado recientemente cerca de Los Alisos y del recorrido de ida y vuelta que permitía observar el progreso de la carrera según se iba desarrollando, y participando en la prueba hasta la milla 37, antes de desplazarse hasta la meta para recibir a los corredores. ¡Los campeones terminaron las 47 millas totales un par de minutos antes de que el director de la carrera, Caballo Blanco, llegara a la marca de 37!

Todos los participantes fueron muy respetuosos durante este intercambio cultural entre corredores. El público presente en Urique el 5 de marzo de 2006 fue testigo de que todos y cada uno de nosotros fuimos campeones. Que podamos todos seguir corriendo libres.

 1--Arnulfo Quimare--26--Chepachare 6:41
 2--Scott Jurek--11--Venado Fuerte--Seattle 6:47
 3--Silvino--28--Huisuchi 7:34
 4--Herbalisto--51--Chinivo 7:53
 5--Sebastiano--36--San Jose 8:00
 6--Jenn Shelton--La Brujita Bonita--22--Virginia 8:29
 6--Billy Barnett--Lobo Joven--21--Virginia 8:29
 8--Ignacio Palma--41--Kirare 8:53
 9--Luis Escobar--Coyote--43--California 8:53
10--Leonardo--21--Piedras Verdes 8:55
11--Porfilio--31--San Jose 9:27
12--Eric Orton--Gavilan-39--Wyoming 10:35
13--Ted McDonald--Mono Hablador--41--Cal 10:46
14--Christopher McDougall--Oso--44--Pennsylvania 12:44
37 miler--Micah True [Caballo Blanco]--53 Batopilas/Colorado 6:50

El mensaje: ¡Respetad las reglas!

(*) en español en el original
(**) Kórima es una palabra de la lengua tarahumara que designa una tradición de compromiso social, basada en la ayuda y el apoyo mutuo en situaciones de apuro/crisis

lunes, 12 de noviembre de 2012

lesiones

Lo suyo era esperar cuatro semanas y sólo han pasado diez días. Hoy he querido probar suerte y mi pierna me ha enseñado matemáticas. Pero es que brillaba un sol tan bonito de otoño que no me he podido resistir. No aprenderé nunca.

Libro: Feet in the Clouds (Richard Askwith)


Puede que el fell running viva casi apartado de los circuitos mundiales de carreras de montaña y ultramaratones. Pero como Teruel, existe. Y la mejor forma de descubrirlo es en este libro de Richard Askwith. Corriendo por los montes al estilo británico. Con sus tradiciones, sus clubes, sus mitos y sus paisajes. Una agradable lectura para leer con una taza de té en días de lluvia (por eso del ambiente).


Argumento
A lo largo de un año de competiciones de fell-running  en Gran Bretaña, Richard Askwith va contando la historia de un deporte antiguo y de los mejores corredores que ha surgido de los valles y montañas británicos. Todo ello aderezado por una obsesión: realizar el Bob Graham Round, un circuito en el que se hay que subir 42 de los picos más altos de Lake District en menos de 24 horas.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Libro: Born to Run (Christopher McDougall)


Fue el primero en el tiempo. Y sigue siéndolo en cuanto a la importancia que tiene. Para empezar, es muy entretenido de leer. A través de sus páginas descubrimos a las figuras americanas de las carreras de larga distancia, a los indios Tarahumara y su increíble forma de vida y las teorías minimalistas en cuanto a la técnica deportiva. Y todo como si fuera una novela de acción.

Un libro realmente imprescindible para entender muchas cosas del correr.


Argumento
Tras sufrir una lesión en el pie, el periodista deportivo Christopher McDougall indaga en la raíz del mal y en la forma óptima de correr. Para ello visita a científicos y médicos de todo el mundo. Y, sobre todo, persigue la sombra de un esquivo corredor americano que vive en las Barrancas del Cobre, en México. En estos profundos cañones viven los indios Tarahumara, capaces de correr durante cientos de kilómetros casi descalzos y sin lesionarse.

martes, 6 de noviembre de 2012

Lesiones


Siempre he sido un gran defensor de buscarle a las cosas el lado positivo. Ya sabes, si te tiran un limón, haz limonada. Así, hasta las lesiones pueden tener algo bueno: aprender anatomía.

Para eso, nada mejor que mi pierna derecha. Gracias a ella ya conozco músculos y tendones de los que no tenía ni idea:

  1. Tendón pata de ganso: lo tuve tocado durante varios meses hace años. Entonces todavía corría dando zancadas largas, lo que parece que no es bueno para casi nada. De hecho, esa forma de correr también me provocaba lesiones continuas en los gemelos. Corregí la técnica y se solucionaron los problemas.
  2. Banda iliotibial: empecé a saber de su existencia tras una carrera de tres horas muy técnica por la montaña. Y lo empeoré unos días más tarde al subir y bajar La Najarra (cojeando al final). Me dejó dolorido durante un mes y medio. Se suele resolver el problema con estiramientos y haciendo reposo cuatro semanas. Yo estuve más tiempo por cretino y pensar que con quince días bastaba.
  3. Tendón isquiotibial bíceps femoral: con ese nombre parece de la nobleza, pero es como los demás. Me molestó por primera vez la semana pasada al bajar triscando el cerro de San Pedro. Parece que con masajes y reposo se arregla la cosa. Y, aunque no me duele mucho, por si acaso me lo he tomado con calma. Estaré un tiempo con bici estática hasta que se me olvide que existe. Veremos si aguanto o vuelvo a hacer el tonto antes de tiempo.

Por ahora eso es todo lo que he aprendido. El saber no ocupa lugar, pero preferiría seguir ignorando el resto de fontanería de mis piernas. A ver si hay suerte.

Estilo


No hay dos personas que corran de la misma forma. Cada cual tiene un estilo característico e inconfundible al mover el cuerpo, al girar la cabeza, al patear el suelo o al bracear.

En las escuelas de atletismo se suele insistir mucho en la técnica para mejorar teóricamente el uso de las fuerzas. Así, es muy fácil de distinguir el braceo “oficial”: poderoso, uniforme y paralelo al cuerpo.

Quizás sea beneficioso para los corredores de pista, en los que unas décimas de segundo marcan la diferencia. Pero para los que corren por caminos y montes durante horas, lo importante son otras cosas. La técnica es más importante si cabe, pero es buena sólo si permite estar cómodo.

Por ejemplo, el braceo. Si se usa el tipo oficial durante mucho tiempo, lo más probable es que se inflamen los costados del cuerpo, cerca de las axilas. Por eso los que corren ultras suelen llevar los brazos con los codos hacia fuera y moverlos mucho menos.

En atletismo de pista es ya muy difícil encontrar a alguien como Emil Zatopek, cuya forma de correr fue descrita como la de un tipo luchando contra un pulpo encima de una cinta transportadora. En distancias largas, los kenianos y etíopes muestran muchas más diferencias. Y en el mundo del ultramaratón, todavía hay muchos que luchan contra pulpos.

Tres de los más grandes nos sirven de ejemplo para darnos cuenta de que en la variedad está el gusto: Anton Krupicka, Geoff Roes y Scott Jurek.