Siempre he tratado de evitarlos. En casi todo lo que hago. Creo que los
tres matan lo que de verdad me gusta. Y aunque sé que hay gente que disfruta y
se siente reconfortada con sus pequeños ritos y sus rutinas diarias, a mí no me
aportan nada bueno.
Tengo amigos a los que les gusta correr por los mismos recorridos para
poder controlar mejor el tiempo que hacen. Otros llevan siempre la camiseta de
la suerte o se atan los zapatos con una repetición de movimientos digna de la
ceremonia del té.
Yo me esfuerzo cada día en romper mis ritmos. No me gusta la rutina. Cambio mis recorridos constantemente e intento descubrir siempre nuevos caminos. A veces los recorro en diferente sentido. A veces lo hago a diferentes horas del día o de la noche. Nunca sigo un plan de entrenamientos.
Hay semanas en las que corro cuatro días y otras en las que corro sólo
uno (o ninguno). Si de pronto tengo un rato libre de verdad, me pongo las
zapatillas y salgo a correr por el campo. O no. Trato de combinar recorridos
largos con otros medianos, pero más por darle un respiro a mi cuerpo que por
seguir una norma.
Por eso creo que todavía sigo disfrutando tanto de correr por el monte.
Porque cada día me aporta algo nuevo. Y puede que si me viera obligado a correr
siempre por el mismo sitio dejara de hacerlo.
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