Las crías de los mamíferos que crecen en grupos familiares más o menos
amplios utilizan el juego para desarrollar sus capacidades individuales y
sociales. Pero sólo el ser humano hace deporte.
Sin entrar en disquisiciones filosóficas profundas, para mí la mayor
diferencia entre el deporte y el juego es el aspecto lúdico. Jugamos para
divertirnos. Hacer deporte es otra cosa. No es que sea aburrido ni odioso, pero
el objetivo está más allá de pasárselo bien. El objetivo final es competir y ganar.
Y para eso hay que ponerse serios.
Creo que los deportes de equipo son una de las mejores formas que
existen para enseñar a los niños valores que les serán muy útiles en el futuro.
Esfuerzo, compromiso, respeto y sacrificio son palabras que adquieren pleno
sentido mientras te lo pasas bien con tus compañeros de equipo. Y en esta fase,
ganar no tiene casi importancia.
Los niños tienen que jugar y aprender mientras lo hacen a convivir con
sus amigos. Ya harán deporte cuando crezcan. Esta distinción no siempre está
muy clara. Pero a veces veo a padres que convierten a sus hijos en deportistas
en vez de dejarles jugar. Y creo que, a la larga, les están privando de lo
mejor: divertirse con los amigos.
Quizás también sea esa la razón por la que creo que correr no es para
los niños. Si pueden jugar a algo en el parque con el resto de la pandilla, o
si se apuntan a una liga de barrio van a pasárselo mejor y a aprender mucho más
que corriendo. Correr por correr puede llegar a ser divertido para algunos
adultos, pero jugar es el verbo que mejor se conjuga con la infancia.
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