Tenía ganas de volver a correr hasta el mirador. Sobre todo porque hay
una zona del recorrido que no pisaba desde el invierno pasado. Así que, después
de dejar metidos en la cama a los chicos, he salido a disfrutar de una noche
templada y sin viento. Y con una luna casi llena que me ha permitido ir con el
frontal apagado durante mucho rato.
He ido muy lento. Un poco porque correr de noche por senderillos y
pedregales no invita a soltarse la melena (en mi caso, siempre en sentido
figurado). Y un mucho porque no estaba el cuerpo para demasiadas alegrías.
Así que, tomándomelo con mucha calma, he ido subiendo por el arroyo de
Peñaliendre hasta el mirador con paso corto. Y luego, he bajado con pasos más
cortos todavía, ya que el sendero se adivinaba en la oscuridad sólo por la
falta de matojos, que no por la de peñas, cantos y pedruscos.
Luego, en las zonas con el piso más fácil, he podido disfrutar del
campo a la luz de la luna. Una maravilla. Lo malo es que, yendo tan lento, he
terminado llegando a casa a la hora bruja. Creo que en el futuro, cuando corra
a estas horas, me voy a plantear recorridos más facilitos. Que luego no hay
quien se levanta para ir a trabajar.
16,22 km (10,08 millas)
454 m
1h 56 min (8,39 Km/h)
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