Una de las cosas que suele decirme la gente cuando se entera de que me
gusta correr es que ellos también querrían hacerlo, pero que no aguantarían ni
cinco minutos. Muchos llevan años viviendo sentados, o tumbados, sin hacer
ejercicio desde que terminaron el instituto. Pero creo que los que realmente
quieren correr, y no lo dicen sólo por decir, pueden hacerlo sin problemas. Tan
sólo deberían tener en cuenta un par de cosas.
Si sabes andar, puedes correr
O, como diría Scott Jurek, If YouCan Walk, You Can Run. Y realmente es cierto. Lanzarse a correr no
significa tener que emular a Usain Bolt o de Haile Gebrselassie. Basta con dar
un paso detrás de otro, un poquito más rápido de lo normal.
Poco a poco
Te pones las zapatillas, ese pantalón de chándal que dormía el sueño de
los justos en un cajón, pillas una camiseta corta y a correr. Media horita a
ritmo suave. Y cuando terminas te tienen que recoger con una pala. Por
supuesto, no vuelves a correr en tu vida.
Si llevas tiempo sin hacer ejercicio, es mejor empezar realmente con
mucha, mucha calma. Cinco o diez minutos los primeros días ya valen para
mandarle un mensaje a nuestro cuerpo. Más adelante podremos ir subiendo el
tiempo. Y todo a ritmo de jubilado paseando por Benidorm.
Tener un plan
Hay miles de planes en cienes de revistas especializadas. Para empezar,
lo mejor es pasar de todos. Con fijarnos un pequeño calendario semanal vale. Y
si luego no lo cumplimos del todo, no pasa nada. Que esto de correr debe ser
divertido, y no una obligación firmada con sangre.
Realismo
En unos meses seguro que ya estaremos trotando media horita sin
consecuencias terribles. Puede que hasta hayamos subido el ritmo (un poquito).
Y ya no iremos oyendo nuestros jadeos de perro muerto durante todo el camino.
Pero poco más.
Estaremos todavía muy lejos de poder hacer carreras largas. O de correr
en plan liebre. El cuerpo no se desapoltrona así como así. Pero, si seguimos
corriendo de forma regular, el límite lo pondrá cada uno.
Disfrutar
Porque de eso se trata. Por lo menos para mí. Si corremos por encima de
nuestras posibilidades vamos a sufrir. Y cuando empezamos, nuestras
posibilidades son escasas. Corramos en consecuencia para poder disfrutar del
paisaje. Y del cansancio final, que también nos llenará de orgullo.
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