No era el día más indicado para admirar el paisaje, porque el cielo estaba cargado de lluvia y el bosque envuelto en la niebla. Pero lo cierto es que tenía ganas de volver a correr por el valle de la Fuenfría. Y aunque las condiciones no eran las mejores, por lo menos podría hacerlo entre pinos silenciosos, disfrutando de la soledad que dan estos días de mal tiempo.
Desde el principio del camino, en cuanto el sendero se mete en el bosque, he visto que el suelo estaba de lleno de setas, aunque muchas de ellas arrancadas y pisoteadas. Es el paisaje que suelen dejar tras de si muchos buscadores de pacotilla, con la cesta al brazo. Quizas destrocen los hongos que no son comestibles con la idea de evitar que otros se los coman por error. Pero el resultado es que perjudican al ecosistema en su conjunto.
Tras dejar atrás el sanatorio, el camino empieza a asilvestrarse un poco. Y justo en esta zona, realmente al poco de empezar, he resbalado al cruzar un arroyo y me he caido. No ha sido nada demasiado grave, tan sólo un pequeño esguince en el pulgar y un golpe al final de la espalda, justo en ese sitio en el que lo que más duele es el orgullo herido.
Lo curioso con los tropezones y caídas es que suelen producirse más en los sitios fáciles que en los dificiles. Un famoso piloto de formula uno decía hace muchos años que los tramos más peligrosos eran las rectas largas, ya que entonces nos confiamos y perdemos la concentración. Pues eso. Bajando por trochas y pedregales vamos con mil ojos, por la cuenta que nos trae. Lo malo es que al final terminamos en el suelo en los sitios más insospechados.
Con el cuerpo un poco dolorido he seguido subiendo por el bosque hacia el puerto. La primera parte del recorrido había seguido los puntos azules de la senda de Puricelli. Ahora tocaba dejarse llevar durante un rato por los puntos rojos del camino viejo de Segovia. Y luego abandonarlos para seguir las marcas blancas y amarillas del sendero que llega justo hasta el puerto de Fuenfría.
Desde el puerto la vuelta es todavía más sencilla. Primero por la pista forestal de la calle alta, que coincide con el GR 10 hasta el collado de Marichiva. Al final de la pista, en el llamado collado del Rey toca bajar por entre matas y pinos por un sendero empinado y pedregoso que termina en la pista de los campamentos, que nos dejará de nuevo en la estación de Cercedilla.
Al final, a pesar del tiempo y de la caída, ha sido una salida realmente bonita. Con el puerto perdido entre la niebla, y con poca compañía en todo el recorrido por aquello de la lluvia. Para poder difrutar de las vistas habrá que volver cuando venga uno de esos días límpios de invierno.
20,28 km (12,60 millas)
977 m
2h 28 min (8,22 Km/h)
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