Hace mucho que no me sentía tan cansado mientras corría. Puede que haya sido porque todavía no estaba totalmente recuperado del último recorrido. O porque sigo sintiendo los efectos de la caída de la semana pasada. O por la edad. O por comer más de la cuenta (es lo que tiene estar todo el día en casa). Pero realmente la carrera ha sido una lucha continua contra la fuerza de la gravedad.
Desde la misma salida he ido corriendo con las piernas de plomo y el cuerpo rebelándose ante cada subida. La respiración andaba casi todo el rato por la zona del jadeo. Así que he tardado mucho rato en encontrar un ritmo adecuado: el famoso trote cochinero.
Y eso que el tiempo acompañaba, con el sol calentando como si estuviéramos más en primavera que en otoño. Quizás por eso hay plantas un poco desorientadas. El otro día volví a ver muchas hierbas de Santiago en flor. Esta vez me he topado con una linaria enloquecida por estas temperaturas.
Lo que se notaba también era el polen (creo que de los enebros). Afortunadamente no tengo demasiada alergia, pero he llegado a casa con los ojos picajosos. Lo que tampoco ayudaba demasiado a apreciar las bondades del camino.
En definitiva, ha sido una de esas salidas que ayudan a disfrutar mejor de los momentos buenos en los que corremos alegres y ligeros. Aunque sólo sea por comparación.
22,71 km (14,11 millas)
503 m
2h 30 min (9,08 Km/h)
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